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Conversatorio: El estímulo a la creación

A

Doña Albina en la cama (Detalle)
Hugo Nantes (1963)
Óleo/ tela 125x 150 cm

Será esta obra durante el mes de Agosto la protagonista en torno a la cual girarán las diversas actividades que se estarán desarrollando en el Museo Dptal de San José. Con ella Hugo Nantes obtuvo el Gran Premio Medalla de oro, en el Salón Nacional de Bellas Artes, en 1963 que hizo posible la obtención de la beca para realizar un viaje de estudios en Europa. A bordo del Tacoma, desembarca un 25 de agosto de 1964 -con el barco embanderado por la fecha patria- en el puerto de Amberes, junto a su compañero de recorrido Miguel Muyala.

LOS MUNDOS DE ALBINA

Si la monumentalidad del paisaje andino y las realidades de su gente, dan lugar a que encontremos rasgos con esas características en las obras de Hugo Nantes posteriores a su pasaje por esos territorios, no es de extrañar que el impacto del viaje de estudios realizado a Brasil en 1960, haya incidido de similar manera, en su personalidad y en su lenguaje que pasa a adquirir un color y un dinamismo desbordantes, que reafirman y enriquecen la representación expresionista que comienza a abrirse paso con incontenible fuerza.
La obra “Albina en la cama”, por la que recibiera, el Gran Premio, Medalla de oro, en el Salón Nacional de Bellas Artes, en 1963, se inscribe en esos cambios, que a la vez representan
afirmaciones de lo que va a ser luego una constante de un lenguaje que lo identifica y se concreta volviéndose visible sobremanera, en su obra escultórica. Los “esperpentos” – que
crecerán al impulso vital de sus manos- desafían el concepto tradicional de belleza e instauran nuevos valores, piadosos, carnales que sobrecogen hoy al espectador. Pero lejos estamos aún
de esas pulsiones expresivas, más bien nos encontramos en los inicios, desde donde empieza a encontrar nuevos caminos. Aún así, grande es la proeza para aquel joven que retrata en su
cama, a la madre de su entrañable amigo y a su mundo, el cálido y maternal mundo de Albina.
Las paredes del reducido espacio, casi monocromo, aplanado en el fondo como telón donde vibran los colores de las cosas, toma profundidad con tan sólo una forma: el trapecio de luz
construido en el piso, con eso sólo alcanza. La tela se transforma en un registro de impresiones, sensaciones, percepciones que ojo y mano reacomodan con la rapidez de un
apunte, y con la sensibilidad del descubrimiento. Cada objeto de ese cuarto en sus mínimos detalles, se transforma en un juego de manchas de color, puro algunas, de un sinnúmero de
matices otras, de luces, de contrastes, que se reparten por toda la habitación que parece girar en torno al eje vertical de la descascarada pata verde de la cama. Todo se encuentra
orquestado, con impulsiva frescura, con ojo inocente, bajo la mirada benévola de Albina.

ANGELES MARTÍNEZ/ Setiembre 2015

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