No buscamos los materiales: en diferentes circunstancias vitales o desde un estadio límite – al decir de Ernesto Vila, un páramo– nos encontramos con ellos. Nos ofrecen la posibilidad de autorreconocernos por las resonancias que suscitan en nosotros. Sus ecos desembocan tarde o temprano en una cierta producción simbólica.
De este modo, en los últimos años, situada en mi propio páramo, el reencuentro de una caja con sutiles bordados de la época juvenil de mi madre – y trozos de sábanas con persistentes zurcidos, vuelven visible al hilo como objeto metafórico, capaz por si solo de convertirse en lenguaje. De amalgamar procesos artísticos, individuales, sociales, difíciles de deslindar.
Surgieron de este modo entre 2009 y 2011 las videoinstalaciones que conforman la serie FILIGRANAS. La primera en el Centenario de mi pueblo natal como homenaje a mis padres, la segunda como Proyecto para el Museo de la Memoria: el hilo, resistiendo el desgarro en la trama de la vida familiar y nacional del período dictatorial y la tercera donde el hilo en el propio hacer se tiñe de nuevos significados. En el ritmo productivo que genera, tiempo y silencio se conjugan religiosamente para reelaborar lo desarmado.